Rezo cada noche
para que me apuñale la
poesía,
que su cuchilla encajada me
acompañe entre estos árboles esqueléticos,
de ramas secas, rotas a
disparos,
y papeles prestos para el
incendio.
¿Qué más hay en mis manos
para sobrevivir?
Golpean las cosas tan
rápido que es imposible reconocerlas,
solo mirarlas y oírlas,
así es como la rueda que
eleva el agua hacia la acequia me desvela,
me obliga a levantarme, a
ofrecer mi costado,
el fuego que me
acompañará, tenue, abigarrado en los intestinos, no dispuesto a soldarse,
es una huella, fundida
mediante hilos que prenden de los extremos más solitarios y empujan de un lugar
bajo los ojos hasta el río Orontes, inapelable en su juicio,
solo queda apretar las
manos
y escribir, no olvidar
jamás ese aliento frío de alivio.
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