lunes, 5 de noviembre de 2012

1603 GRAMOS


Al entregarle a la empleada de correos el paquete,
remendado de precinto y con algún golpe,
lo miró igual que a los cientos de paquetes que se cruzan con ella al cabo del día,
igual que la gente desconocida que la mira desde el otro lado del mostrador
como si no fueran reales. En la báscula el peso eterno:
mil seiscientos tres gramos empujando contra mi pecho y mi palabra,
mil seiscientos tres gramos que silenciaban treinta y seis meses, sepultados como ese talco que se escapa de las manos
cuando el gimnasta está a punto de acometer un salto que lo llevará a las simas oscuras e imperfectas,
treinta y seis meses respirando libélulas, salitre, golosinas envueltas en serrín usado,
lo conocía, lo había probado,
es negro su interior,
y mendigo que alguien escuche lo que hay dentro de la caja,
que se crucen los trayectos de días y de ausencias,
sin más baraja que la ya barajada,
tan confusa que no se distingue en la oscuridad.
Llega la pregunta desde muy lejos,
de más allá de los fundamentos del corazón “¿en cuanto días quieres que llegue?”
¿cuánto cuesta la velocidad?
infinitos y diminutos segmentos van tirando de la misma pregunta respuestas,
caen como confeti en esa oficina de correos,
¿qué respuesta merezco?
¿a qué soledad me adscribo?
No lo sé, llevo en ese paquete mi corazón,
si lo agitaras mecerías mi alma,
no sé qué prisa tiene el silencio, los asientos vacios, los cigarros, los caminos de tierra, los azotes, las bolsas de plástico,
señora, no lo sé, que camine hacia su destino,
que llegue y no sea negra piedra.
Me entrega un papel donde justifica datos y coste,
no son sueños, ni primeras palabras,
se cierra mi número en su tiempo
y no lo volveré a ver.

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