Con los que he hablado,
con los que me he cruzado
una mirada,
con los que me he rozado
en silencio la ropa en el ascensor,
con los que he siseado un
saludo,
de todos estos, cuántos
habrán muerto,
cuántos morirán esta noche
cuántos esperan que muera
yo primero.
Los consolaría con mis
mejores palabras,
presentándoles en esta
mesa piezas de nombre impostado,
pudieran parecer
infinitas, afiladas para impedir su posesión,
para permanecer juntas,
agarradas a su verdadera
forma,
perdidas en el mano a
mano,
generación a generación,
herencia a herencia,
exacta silueta ahora que
la luz choca de frente
y las podríamos palpar si
fuera posible
pero yerran,
la consecuencia es siempre
la misma: se reúnen los sabios a discutir como equivocarse,
los demás miran para otro
lado y dicen la suya,
es hora de admitir lo que
conocemos,
elipse en vertical, enroscándose
en la piel hasta donde el cuerpo aguante,
ahí, en el tope,
lo enterraremos, envuelto
en la suave piel de los sacrificados,
será un día perfecto para
olvidar el qué y el dónde,
memorable para quedarse en
blanco.
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