Cuando no quede agua que darte
y tengamos que verter nuestra propia sangre para humedecer los besos
y pasemos así la tarde, ya sin conciencia, bajo los efectos del sueño que arrastra la arena,
y acabemos sepultados en nuestro vendaval, agarrados a nuestra integral palabra, despiadada ahora, que ya no oímos,
aunque tratemos de espantarla ya nada molestará al horizonte,
siempre pulcro y perfecto
que invita al descanso.
2 comentarios:
Por fin! Un nuevo poema! Cuánto me alegra verlo. Y es muy bueno. Y créeme, no me ciega el cariño.
Tienes un enorme futuro en la ONCE.
Ahora lo acabo de leer y ya le cambiaría cosas.
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