martes, 4 de enero de 2011

VEINTICINCO MESES, HASTA EL DOS MIL ONCE

De niños calculábamos cuantos años tendríamos al llegar al año dos mil,
treinta y pico… mi madre profecitaba que ellos no sabían si llegarían,
se les escapaba el horizonte por los ojos
y callaban. Igual que hoy,
con un pedazo de papel pequeño,
un año en concreto, cercano: hasta allí puedes vivir,
ya tienes una certeza calculada por medios estadísticos,
sabe extraño amontonar una serie de números para dar una mala noticia,
sin imaginarlo porque lo malo que se cuece por dentro parece no existir y se le ignora,
al volver casa, juntaba las recetas para explicarle como se puede ser feliz sabiendo cuanto tiempo queda,
la soledad repiquetea en el baldón de casa para susurrar al oído que pronto será olvidado y su herencia arrastrada con él,
la soledad de los demás, sin hueco que retroceder más allá de la memoria, es la soledad general,
no existen más allá de lo que nos han ido explicando o han ido descubriendo,
encuadernada, puesta como garantía no se sabe muy bien para qué.

1 comentario:

Anna Vila dijo...

Me ha dejado sin aliento...Aunque hable de los límites del tiempo, es un poema sin horizontes y profundo como un pozo sin fondo. Las palabras envuelven al lector en un manto, tejido con los hilos del azar, de la vida, de la muerte, del tiempo, de la ternura, de la impotencia y del dolor. Es uno de tus mejores poemas, que lástima que no traspase los límites del blog.